Voy cerrando las carpetas, los documentos y las imágenes. Le doy a apagar el ordenador, apresuradamente, siempre con prisa. Tengo un problema a la hora de medir el tiempo o me preocupo demasiado por hacerlo todo deprisa. Ya sea un lunes de mucho trajín o un tranquilo domingo por la mañana. Aún no lo sé. Pero le he puesto un nombre y todo: Síndrome del conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas. Era aquel peludo bicho que continuamente decía que llegaba tarde y que, como todos sabemos, persiguió la protagonista del libro de Lewis Carroll hacia un mundo de fantasía viviendo variopintas aventuras y estando a punto de perder literalmente la cabeza.
“- ¿Podría decirme, por favor, qué camino debo tomar desde aquí? – preguntó Alicia.
-Eso depende en gran manera del lugar adónde quieras llegar – respondió el Gato de Cheshire.
- No me importa demasiado el lugar – respondió Alicia.
-Pues entonces no importa demasiado el camino que tomes – contestó el Gato de Cheshire.”
Alicia en el País de las Maravillas
Lewis Carroll
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Arbusto de romero |
Me visto rápido. No tengo tiempo. He de recoger al niño de las clases de esgrima antes de las ocho y ya se ha vuelto a hacer tarde para salir a correr toda la distancia que me hubiera gustado. Encima, Duncan se entretiene mordiendo los cordones mientras los ato. Es muy joven y para él todo es un juguete para morder, los cordones o las plantas. Echo una mirada furibunda a los restos de la Tradescantia purpureaque unos días atrás había destrozado y me vuelvo hacia Duncan. El sinvergüenza me observa con esos saltones e irresistibles ojos negros, ladra, da una vuelta sobre sí mismo y menea el rabo con fuerza. En la radio suena More than Words de Extreme. Me rio. No Duncan, ahora no vamos a salir. Voy a correr y tú tendrás que esperar aquí un ratito más. Se lo digo como si me entendiese, le acaricio el lomo, apago la radio y me marcho.
Cada vez menos tiempo. Una vez leí que para que la vida no pareciera rutinaria era bueno cambiar con frecuencia los lugares por los que habitualmente transitas, así que decido correr por una nueva ruta. Estoy corriendo por la acera de la estación de trenes, junto a una parcela vallada y que se encuentra degradada. En el periódico habían publicado que esta zona sería en unos meses un aparcamiento. Espero continúen las catalpas, las lluvias de oro y las melias en el mismo sitio y en el mismo estado cuando terminen de hacer las actuaciones necesarias para acondicionar el terreno que albergará los coches. Me pongo a recordar lo perdido hace unos meses, pensamiento que acude últimamente con frecuencia, pero no puedo evitarlo. Hablo con ella. Le cuento cosas de Jaime, mías, lo que nos ha ocurrido desde que se marchó. Ya me encuentro en el primero de los puentes que pasa por encima de las vías y el semáforo está en rojo. Todo retumba. La estridente música carente de rima y ritmo proveniente de un Opel Astra tuneado, interrumpe mis pensamientos. El joven amante del Reggaetónque lo conduce, clava los ojos desafiantes a través de las ventanillas bajadas a todas las miradas de reprobación que osan salirle al paso. No le presto atención. Es lo que quiere. Me interesa mucho más contemplar los jardines y terrenos de los talleres de RENFE. Me maravillo, en ese preciso instante, de un tren que realiza las maniobras para introducirse en una de las enormes naves. Continúo corriendo por la amplia acera, siguiendo el muro blanco que separa la zona ferroviaria del tráfico rodado. Primero una buganvilla, después una hiedra, asoman por encima del muro dejando caer sus ramas y hojas verdes que contrastan con el blanco de la pared, hasta que llego al siguiente puente. También lo paso de largo y las edificaciones a lo largo de la acera van cambiando. Un polideportivo primero, viviendas después, hasta que llego al tercer y último puente. Ha estado toda la tarde nublada, tras las lluvias de la mañana, pero ahora que el sol se ha puesto, se hace difícil ver con claridad. ¡He olvidado que al otro lado del puente hay una carretera sin acera! Cosas de la improvisación. Me veo obligado a correr entre las adelfas y los grandes carteles publicitarios, en un espacio de terrizo, bajo los plátanos de sombra por cuyas ramas se cuela algo de luz proveniente de las cercanas farolas. Con cuidado de no meter un pie en el barro o en un charco, consigo llegar hasta una parada de autobús, a la acera, y vuelven a aparecer las viviendas. A mi izquierda, una señora espera cargada con la compra en un paso de cebra a que termine de circular un tipo que mira hacia otro lado para no tener que parar y cederle el paso. No lo veo. Lo huelo. El agua de la lluvia debe haber intensificado el aroma y es como si acabaran de echar hierbas expectorantes en una sauna. Dicen que el diseño de jardines es poesía y es en esos instantes cuando esta idea cobra más fuerza. Lejos de lo que puede parecer, encajar palabras en armonía dentro de frases, éstas en párrafos y completar un post, es algo muy matemático. Igual que colocar hierbas, arbustos y árboles en un espacio y que éste posea equilibrio. Palabras y plantas se convierten en las piezas de un puzle que van encajando hasta alcanzar la estructura correcta. El olor es un click. Hace que me olvide de la visión de sus últimos estertores, de los conductores desaprensivos, de los charcos, del barro y de hacerlo todo con prisa…. Huele a romero.
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